Exposición Ricardo Foster

Lomas de Zamora, 28 de Diciembre del 2010, Centro Cultural Casa abierta


Hoy veo retratos. Veo a Evita pero también veo al Che. Las histerias cruzadas de Evita; el Che; de Tupac Amaru, de aquellos que armaron las vertiginosas histerias populares latinoamericanas, en otro tiempo de nuestra vida como país, que se habían transformado en proyecto, en sueño que se realizaba.

Probablemente estábamos equivocados; enloquecidos; alucinados y no veíamos la dramaticidad del momento. No veíamos la criminalidad del poder y de las derechas en la Argentina y el precio que se pagó fue altísimo, porque quizás no habíamos visto el valor de la Democracia. Cuando la Democracia no es simplemente un espacio vacío, una formalidad, sino que es el ámbito en donde se pueden construir estas cosas. Donde se puede reafirmar la música; la poesía; la política; el amor, cuando lo público no es algo ajeno a uno sino que lo público es parte de aquello que nos constituye y nos atraviesa y sobre lo que tenemos que trabajar permanentemente.

Quizás en aquellos años muchas veces mistificados, cargados de potencia de utopía, cargados del sueño de la Revolución, habíamos perdido de vista, o no teníamos experiencia, lo que es la pérdida radical de los derechos. Quizás la generación más vieja, la que experimentó el bombardeo a la Plaza; los primeros años de la resistencia; el plan Conintes; las traiciones; las desilusiones, quizás tenía todavía la marca de lo que había significado el pueblo, la sociedad que venía de abajo, de ese subsuelo de la patria y que había aparecido para sorpresa de muchos el 17 de Octubre, quizás ellos todavía guardaban la memoria de los derechos, de la transformación de la vida, de haber llegado a alcanzar lo que sus abuelos y sus padres nunca había imaginado porque vivían en la más oscura de las explotaciones. Pero quizás también recordaban lo que significa para el pueblo, para las causas populares, la vida democrática, y lo peor que le puede suceder a un proyecto emancipatorio es perder esa posibilidad de ocupar las calles.

Y ahora fíjense las paradojas tremendas de esta historia, acabamos de ser testigos de un juicio memorable en el que se ha condenado a reclusión perpetua en cárcel común a Videla y a muchos otros de los genocidas como iniciando un proceso de reparación. Es muy difícil reparar lo que ha sido brutalmente desgarrado, nadie que ha perdido un hijo; un hermano; un padre o una madre puede ser consolado cuando ya no está aquel que estaba con uno, pero cuando de algún modo la justicia y un proyecto político decide tomar como propia la lucha histórica de los movimientos de los Derechos Humanos y recuperar la posibilidad de ejercer la justicia sobre aquellos que ejercieron la violencia y la muerte, es porque algo fundamental está sucediendo en nuestro país. Porque cuando no hay memoria lo que queda es el vacío, lo que queda es convertirse en puros sujetos pasivos para que se haga con ellos cualquier cosa.

Recuerden la hiperinflación, ese momento terrible de la historia Argentina en el que se disolvió casi de la noche a la mañana el núcleo de los vínculos; el trabajo. La hiperinflación, que es un fenómeno rarísimo en la historia mundial porque muy pocas sociedades atravesaron experiencias hiperinflacionarias, y casi todas estas sociedades salieron de ella de la peor manera. En la vieja Europa, en Alemania, la salida fue el gobierno más horroroso del S. XX, el gobierno de los nazis. En la Argentina la hiperinflación, que se llevó trabajo; vida; dignidad, trajo como consecuencia la década de los ´90. Trajo aquello que Cavallo señaló en el momento previo, que cuanto peor mejor, porque cuanto más aterrorizada está una sociedad, cuanto mayor es el miedo, más disponible esta para que se haga con ella cualquier cosa.

Los ´90 fueron años oscuros, difíciles. Años de pérdida, de olvido, de miseria política; moral y económica, de instituciones canallas pero también de risa. Porque da risa escuchar a los republicanos de última hora hablar de falta de calidad institucional cuando la Argentina de los ´90, la que estalla en el 2001, era una Argentina absolutamente prostibularia, en estado de putrefacción. Las únicas instituciones que se salvaban, por los esfuerzos de quienes trabajaban en ellas, eran las escuelas y los hospitales, el resto de las instituciones, como la Corte Suprema, era un lugar infectado; miserable; de canallas. Era el lugar de la prostitución de las ideas básicas del derecho en la Argentina. Pero también el parlamento, el famoso Congreso de los años ´90 que terminó con el escándalo de la famosa Banelco y que a todo lo largo de los ´90 fue cómplice del desguace del Estado; del regalo del patrimonio acumulado con el esfuerzo inmenso de generaciones de argentinos. Los partidos políticos, desguazados; vaciados; envilecidos. El famoso “que se vayan todos”, ese grito rebelde e histérico, y digo histérico porque también esas mismas personas que salieron a gritar en las calles lo único que querían era que les devolvieran sus dólares envenenados. Esos dólares que habían hecho pedazos al país y que hipotecaban el futuro de sus hijos pero que para ellos eran santo y seña de vaya a saber la entrada a que paraíso.

En ese mismo momento, las instituciones estructurales de la Argentina estaban vaciadas. Ni hablar de las famosas cámaras empresariales, la UIA; la Sociedad Rural, cómplices históricos de la devastación argentina.

Por eso hay que mirar con cierta distancia aquello que nos aconteció para entender mejor y valorar mucho más intensamente aquello que se inauguró en mayo del 2003.

A veces parece que uno exagera un poco, pero Néstor Kirchner llegó a la presidencia de una manera insólita, inesperada, azarosa. Si hacen el esfuerzo de trasladarse a ese tiempo turbulento, al año 2002, un año extraño y tremendo para la Argentina, donde parecía que el país estaba en estado de disolución. Si aquel famoso corredor que se quedó sin nafta en el Gran Premio de F1 del ’74 hubiese aceptado la oferta de quien fue intendente de Lomas de Zamora, seguramente hubiese ganado en primera vuelta con el 70% de los votos. Imagínense por un instante el gobierno del ex corredor de F1, en esa Argentina estallada, donde los únicos que le colocaban racionalidad eran los movimientos sociales porque contenían por un lado la violencia que podía estallar desde mundos sociales desbastados y al mismo tiempo se habían convertido en el lugar de una épica que los poderosos de la Argentina hacía mucho tiempo que habían extraviado.
En el lugar de la épica estaban o los movimientos de Derechos Humanos o los movimientos sociales, entre los más pobres de los pobres estaba esa capacidad de resistencia. Aquel que no tuvo otra posibilidad que hacerse visible cortando las rutas. Ese fue un sujeto de dignidad como no la había en otras zonas del país, por eso es mucho más que miserable el modo como ciertos sectores políticos o económicos hoy nombran a esos movimientos sociales o la manera como subestiman el papel de los piqueteros en un momento histórico de la Argentina donde la violencia estaba allí como promesa de disolución nacional. Esto siempre hay que recordarlo, esa capacidad de actuar y de organizarse, de darle forma a una demanda de justicia en una sociedad brutalmente injusta y brutalmente desigual.

Pero también hay que recordar que los años ´90, no solo en Argentina sino en América Latina, fueron los años de mayor desigualdad de toda la historia del continente. Nunca había sido tan salvaje la diferencia entre los que más tienen y los que menos tienen.

También tenemos que hablar de la diferencia de desigualdad y pobreza. Se puede combatir la pobreza sin tocar los índices de la desigualdad y ahí estamos frente a un problema.
Algo de lo que está sucediendo en la Argentina de estos días tiene que ver con la potencia inercial del poder económico de seguir sosteniendo a raja tabla la desigualdad.

Por eso uno de los combates más difíciles por lo que se va a venir, es el combate contra la estructura desigual. Es ese combate que implica la remoción de una estructura económica absolutamente injusta. Es el combate que permite avanzar hacia una distribución más equitativa de la riqueza socialmente producida.

En el 2003, en una Argentina con todos los índices en estado de catástrofe, a veces da gracia, o no se como llamarlo, cierto escozor, escuchar a profetas del apocalipsis describir a la escena actual de la Argentina frente a lo que era la Argentina real del 2001; 2002 e inclusive del 2003. Esa Argentina sin trabajo, donde cada uno trataba de encontrar la salida individual, donde la mayoría de los jóvenes que tenían alguna posibilidad de tener algún abuelo que había venido de Italia o de España, buscaban en el desván algún certificado que les permitiese tramitar una ciudadanía para agenciarse un pasaporte e irse a cualquier parte del mundo para imaginar que tenían un destino, porque en la Argentina no había destino. Las colas en las embajadas eran inmensas.

La misma clase media, olvidadiza, que hacía cola a través de estos hijos que querían irse a cualquier parte del mundo, hoy parece no recordarlo. Olvidan a esa Argentina desbastada no solo económicamente sino también culturalmente.

Por lo tanto el camino recorrido en estos años tiene que ver con la reparación y con la reconstrucción.

En el 2003 podía haber sucedido, que una vez que el corredor desistió vaya a saber porque, nunca lo sabremos, que el elegido hubiera sido el gobernador de Córdoba, Manuel De La Sota, que era el candidato pero empezó a caer en las encuestas. Alguien que no siempre nos ayuda en ese momento la verdad que nos ayudó, aunque en el 2010 no nos ayudó demasiado porque se llevó al mejor de todos nosotros. Pero en ese momento, y por suerte, De La Sota no fue.
En esas elecciones en las que finalmente llegó como candidato Néstor Kirchner, el balotage se pudo dar perfectamente por una cuestión de puntos, entre el riojano y López Murphy. Eso estuvo ahí nomás. Imagínense por un instante la disputa de la segunda vuelta entre el innombrable, el actor clave de los años ´90, y López Murphy que cuando llegó al Ministerio de Economía con la Alianza en una semana lo primero que hizo fue recortar el presupuesto educativo y anunció lo que iba a ser el recorte jubilatorio y a los empleados públicos. Anunció las medidas que se están tomando en muchos países europeos que eran la meca a la que había que ir y hoy están repitiendo las peores formas del ajuste de la Argentina de los años ´90.

Entonces hay algo de azaroso, de inesperado, y también de loco en la historia, y por suerte. Porque muchos decían al final de los años ´90 que la historia había terminado. Que era una vieja dama que había entrado a la eternidad, que ya no iba a haber cambios porque la historia había concluido con el triunfo del mercado global y de las grandes democracias occidentales, y que los pueblos periféricos del mundo a lo sumo serían exponentes anacrónicos de otro tiempo con historia cuando todavía había ideales, pero que en realidad ya estábamos fritos y cocinados, que ya nos habían hecho a la sartén, nos pusieron en el horno y finalmente nos habían comido. No había más historia ni rebelión ni sueños de libertad.

La palabra pueblo había desaparecido. ¿Quién pronunciaba la palabra pueblo en los ´90?, se hablaba de “la gente”. Todavía hoy los grandes medios de comunicación hablan de “la gente”. Ahí están los ocupas y ahí están “los vecinos”, y uno cuando escucha la palabra “vecino” siente media melancolía del barrio y uno no puede proyectar sobre esa palabra la violencia; los prejuicios; el racismo. Uno no puede hacer eso porque los vecinos somos todos nosotros, en cambio cuando se utiliza la palabra “ocupa”, y se le pone en mucha prensa gráfica la “k”, ahí está lo peor. Ahí está los oscuro; los negros de la historia; los que van a robarnos y a violarnos. Nunca es ingenua la manera en la que se narra un suceso y esto lo hemos aprendido en estos años donde algo importante que paso es que se corrieron algunos velos.

Los modos de narrar lo que está ocurriendo; los prejuicios de un notero o notera, que parece un joven bien presentable, que narra al otro, al oscuro. Ahí vienen los piqueteros, llamemos al 5º de caballería para que nos salve a todos. De esto mismo se habla cuando se pronuncia la palabra orden.

Hay palabras que nos tienen que ejercitar instantáneamente el músculo de la sospecha. Cuando alguien escuche pronunciar la palabra orden tiene que saber que detrás de esa palabra hay represión; intereses. Detrás de esa palabra hay una violencia estructural que es la que históricamente se desplegó a lo largo de siglos para ir siempre en contra de los Derechos de las mayorías.

Ayer estaba en Saavedra en mi casa y hubo un corte de luz en una hora preciosa, de 11 de la noche a 3 de la madrugada, y escuchaba a algunos caceroleros. Estaba en la terracita con mi hijo menor y me empezó a hervir un poco la sangre y me puse a pensar para que voy a salir, ese tipo que está con una cacerola porque le cortaron la luz está pensando que es preferible que caiga este gobierno con tal de que le devuelvan la luz, es un tipo con el que no puedo hablar, porque evidentemente tiene un moco gigantesco que le ha reemplazado el cerebro. Porque no puede pensar más allá del instante, no puede siquiera pensar que tiene trabajo.

 
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